La vida nos
enseña y hace un año largo, demasiado, le reiteraba a un ser querido que no
eran tan importantes los errores y fracasos como las veces que fuera capaz de
levantarse. Los meses han pasado y,
ahora, esa persona me mira desde la seguridad que le otorga haberse superado y
tener encauzada su vida. ¡Ay, el tiempo, maestro de tanto!
Rudyard Kipling, quien tanto nos inspiró a tantos,
en su más célebre poema, If, señalaba el valor de levantar una nueva vida con
los escombros de cualquier pasado triste. También, la personalidad de tratar de
igual manera a reyes que a menesterosos. Y el carácter de afrontar el éxito y
el fracaso como los impostores que son, porque, en todo momento, solo
representan flores de un día. Lo verdaderamente importante es el camino, saber
andarlo con honestidad, ilusión, dignidad, constancia, bondad y coraje. Homero y su Odisea siempre presentes,
como tan líricamente recogió Kavafis
en su Ítaca.
Unai Simón, portero titular discutido de
nuestro combinado nacional, resumió todo lo anterior con su magnífica gesta en
dos partidos consecutivos. Ha pasado de bulto sospechoso a héroe tras un fallo
garrafal —hazmerreir mundial—, sobreponiéndose al bochorno con cuatro paradas
antológicas, dos de ellas en penaltis decisivos. Pero, además, tocó el cielo de
los elegidos con un gesto de humildad y reconocimiento a su rival: cuando
recibió el premio al mejor del partido, exclamó que él se lo hubiese dado a Sommer, portero de Suiza —paró todo lo
que fue a su portería, que fue mucho, permitiendo a su equipo llegar a los
fatídicos penaltis finales—.
Escribí del
portero vasco que alternaba cantadas con genialidades, pero no sabía nada más
de él. Ahora, pasado el tiempo efímero de esta Eurocopa hasta semifinales, me
ha ganado para siempre. Estará, y creo que en el de muchos, en uno de esos
recuerdos que los aficionados guardamos como pequeños tesoros de nuestra pasión
deportiva. Un tío grande, como lo definió el mítico Casillas, que también sabe de caídas y levantadas legendarias.
Junto a Unai
Simón, es el momento de resaltar al equipo de autor, ahora sí, de Luis Enrique, tan malafollá de libro como buen técnico, demostrado. Perfecto no hay
nadie, pero la fidelidad a las ideas propias y la perseverancia, salvo obsesión
ciega, son precursoras de éxito. El seleccionador lo ha conseguido llegando a
donde nadie nos esperaba previamente. Ni la inmensa mayoría de aficionados
españoles. Las semifinales de esta Eurocopa son ya el triunfo de un equipo
joven y nada experimentado en grandes disputas internacionales, salvo las
excepciones de Busquets y Alba, acompañados de dos currantes
admirables, Koke y Morata, con Azpilicueta dando por fin el nivel que merecía en nuestra
selección.
Decíamos la
semana pasada que el predominio del conjunto sobre las figuras era lo más
significativo del presente campeonato. Italia y España lo han refrendado y
mañana martes escenificarán en Londres el valor de saber a qué se juega y la
ventaja competitiva en el fútbol de la solidaridad frente al individualismo.
A priori,
los de Mancini, que venían de una
etapa oscura en el escaparate internacional, encadenan una racha de resultados tan
impoluta que los hacen claros favoritos; más de treinta partidos imbatidos.
Pero he aquí un factor que ayuda siempre al más débil. Los de Luis Enrique
jugarán sin presión, conscientes de que todo lo que venga ya es un regalo, y
eso les hace temibles, como pensarán los italianos.
Jugar al fútbol
sin presión es mano de santo para lucir cualidades que la competitividad
responsable esconde. Quizá descubramos nuevas y sorprendentes virtualidades de
nuestros internacionales, hasta encumbrar a algunos al estrellato que hasta
ahora se les niega; unos por trayectoria sinuosa e irrelevante y otros por
noveles o desconocidos. Ojalá suceda.
Es
imprevisible hasta donde llegará España, capaz de todo ante cualquiera, pero,
ojo, hasta ahora no ha perdido.
Y hay otra
cualidad que me agrada sobremanera. Con la excepción de Luis Enrique, porque la
cabra siempre tira al monte, intuyo que en caso de que el triunfo se alargue
hasta la final, nuestros muchachos no serán de aquellos que por soberbia nunca
se recuperan de un éxito. Al contrario, algunos sí saben reponerse dignamente
tras fracasar. De propina, la unión y el compañerismo también les honran.
Brindo por
ellos, especialmente por Unai y Morata, incluso por Luis Enrique —que sabe
bastante de esto—, y por quienes nos enseñan cada día la grandeza de
levantarse.