En los
últimos veinte años, solo Messi y Cristiano han corroborado en el césped el
diferencial del dinero que mueven respecto al resto de futbolistas. Y no
siempre. De ahí para abajo juegan los matices.
Por lo más
reciente y no abundar, en el Villamarín, un canterano blanco como Mayoral hizo más en pocos minutos que Jovic —sesenta millones de fichaje—en
tres cuartas partes del partido. Y podríamos poner de manifiesto sus diferentes
trayectorias y circunstancias, pero los dos o tres movimientos inteligentes de
delantero que hizo el madrileño dieron para establecer comparaciones. Sirva solo como ejemplo de los espejismos que
acumula el fútbol.
Luego,
también hay otras realidades, como que Benzema
luciría más de media punta, que es su verdadero juego, con un delantero centro
que le despejara horizontes. Lo que él mismo hizo durante años a contra estilo para
favorecer infinidad de ocasiones y goles a Cristiano. Porque el francés sí es
un media punta, no Isco ni Odegaard, por citar otros dos casos
paradigmáticos. El malagueño es un interior con capacidad de organizar juego,
pero con vocación de regate y regodeo estéril al que no le acompaña el físico
ni los pulmones por mucha clase que atesore; tampoco la generosidad. Debería
fijarse en un tipo como Thiago, que
tampoco anda sobrado de velocidad, pero atesora una brújula en su cabeza y
conjuga la clase con el juego a uno o varios toques, según conviene a su
equipo, siempre con la vista alta. En contraste, el noruego sí tiene capacidad
física y técnica, pero puede ahogarlo Zidane en su empeño de que juegue de
espaldas a la portería para recibir desde atrás. Tal vez le vendría mejor jugar
veinte metros más retrasado para explotar sus cualidades y encarar a las
defensas contrarias con espacio por delante. Así triunfó en la Real.
Los
técnicos, también con tantos matices como situaciones diversas, tienen más
influencia en la trayectoria de los equipos que la mayoría de los jugadores que
dirigen, incluidos los fichajes millonarios, los normalitos y los canteranos. Precisamente, la importancia de quienes son
capaces de imaginar sistemas de juego, de reinventar futbolistas o manejar
vestuarios complicados y les sonríe la fortuna y los triunfos son los más
demandados y mejor retribuidos por los grandes clubes. Un futbolista solo no
puede cambiar la historia de un club, pero un buen entrenador sí. Por citar
algunos ejemplos, Mourinho está en
la élite por ganar la Champions con un Oporto casi desconocido y luego con un
Inter de medianías. Guardiola por
cuanto consiguió en el Barça tras echar a sus figuras y hacerlo campeón de todo
subiendo a canteranos desde tercera división, como él mismo, e imponiendo un
estilo acorde a sus bajitos —en frase afortunada de Luis Aragonés—. Simeone ha dotado al Atlético de un
estilo inconfundible hasta devolverlo a la primera línea del fútbol nacional
y europeo. Y recientemente, Klopp y Flizk ocupan la cúspide devolviéndonos al fútbol total con el
Liverpool y el Bayern con escasos grandes nombres, con Zidane también en el candelero inmediatamente anterior tras ganar
tres Champions seguidas; record que será difícil de igualar, aunque este sí
dispuso del mejor goleador mundial en plenitud sin tener que inventarlo.
Punto y
aparte para el francés, a quien se le puede discutir lo que queramos, pero
nadie le niega su magnífica gestión de egos en el siempre complicado vestuario
madridista. Ahora, sin embargo, anda
reinventado un Madrid agostado por la edad y la salida de un goleador
irrepetible para cumplir los designios de su jefe Florentino y hacer una transición potable hacia un equipo
notablemente más joven. Un reto difícil en el que deberá mezclar dotes de buen
técnico, lo que se le discute, con su demostrado saber hacer con los
consagrados.
Volviendo al
principio, podríamos hacer el ejercicio de quitarle los nombres y dorsales a
los jugadores y enmascararlos para saber en cualquier partido quién sería capaz
de distinguir entre los más y menos costosos para sus clubes. Seguramente nos
llevaríamos muchas sorpresas.
En el fútbol
hay tantos espejismos como circunstancias inmanejables, que son demasiadas si
le añadimos el factor suerte, que juega más de lo que muchos evidencian. Pero
hay algo que no cambia: cuando triunfa un futbolista siempre está detrás el
nombre de quien ha sido capaz de ponerlo, de mantenerlo y de hacerle creer en
sus posibilidades.
Y a veces hasta de inventarle un sitio
diferente en el terreno de juego. Ese es el mayor mérito.