Por su
ausencia, ese es el verdadero responsable de la ruina blanca. Todo lo demás son
cuentos y cuentas mal hechas. Veamos algunas evidencias.
Zidane está en el inicio de su carrera a
pesar de los relevantes éxitos en los últimos dos años con el Real, y por lo
tanto comete más errores que si fuera un consagrado, pero ni era tan excelente
antes ni es tan torpe ahora. Es el mismo buen gestor, con las consecuencias
negativas de su cuestionable planificación de la plantilla; tan débil como
negativos son sus resultados. Otra cosa es si fue el arquitecto o si solo tuvo
el amén como última palabra ante poderes superiores. Y en ambos casos la
pérdida de su puesto estaría justificada. En el primero por errónea y en el
segundo por calzonazos. Al gerente de una empresa se le mide por sus resultados
y cualquier otra explicación es inútil si el final es ruinoso.
El principio
del fin del elegante técnico —loable dar la cara ayer por el equipo— fue su malhadado
partido contra el Barça, en vísperas de Nochebuena, que resumimos con que el Barça se
llevó, refiriéndonos básicamente al Madrid de Zidane.
En todo
caso, aún le queda el cartucho de la Champions por muy negra que pinte la
cuestión. Como bien dice Cristiano,
y le honra como apoyo complicado y valiente a los suyos, aún les quedan
batallas por dar y ganar. Si lograra ganarla por tercera vez consecutiva hablaríamos
en mayo de que habría hecho época en el Madrid, y la crisis que ahora le
agarrota quedaría olvidada o aparcada hasta el inicio del siguiente ejercicio.
La segunda
evidencia es la falta de confianza que atenaza a los futbolistas blancos. Y
volvemos a lo mismo. Ni eran tan fenómenos hasta final de agosto ni son tan
petardos ahora. En unos meses ningún futbolista pasa de muy bueno a pésimo ni
al revés.
Asensio, por ejemplo, ni estaba para el
balón de oro por los dos golazos que le hizo al Barça, como algunos decían y
escribían, ni ahora para darle la baja. Isco,
caso diferente al balear, ni era el sucesor de Iniesta antes, por decir algo, ni es una rémora ahora. Anoche decía
Valdano que era quien se salvaba de la debacle, y aunque se puede estar
de acuerdo en muchos de sus análisis, en este es fácil discrepar. Que la pida
siempre no significa que haya superado su gran hándicap. Hace tiempo que lo
catalogamos como un jugador de mucha clase, pero no más que la de Guti, quien nunca fue titular
indiscutible en el Real y mucho menos en nuestra selección. Y ambos carecían de
lo mismo: jugar al primer o segundo toque tras controlar orientado porque no
son delanteros sino interiores. Tampoco representan pulmones insustituibles que
empujen al equipo ni esos medios que con pierna fuerte lo soportan. Y ni
siquiera — ni Modric, Kroos, Asensio o Kovacic— centrocampistas con un radar en la cabeza para ver hasta
por detrás. Son futbolistas con la categoría de internacionales, pero sin la de
auténticos fenómenos mundiales que se requiere para ser guías de un equipo con
las exigencias de todo un Real Madrid. Buenos complementos, que no faros que
alumbren a un equipo de tal relevancia.
Bale y Benzema tienen sus puntos fuertes, pero tampoco suficientes para
considerar que han marcado o marcarán la historia blanca. El primero por estructura
corporal de vidrio y el segundo por intermitente consumado. Ambos son
prescindibles, y mucho más cuando la falta de gol ahoga hasta la asfixia a su
equipo.
Urge
recuperar al mejor Cristiano, que ya no será el de hace unos años, la edad
manda; pero sí un goleador imprescindible todavía para cualquier equipo de
élite.
Por eso,
teniendo a Don gol —Cristiano—, Florentino
debería pensar en dos goleadores contrastados, reiteramos, y traer a toda costa
a un De los goles y a otro Golero que ayuden a recuperar el crédito perdido.
Los goles, y
no los nombres — dudosamente Neymar—,
harían que la orquesta sonara de nuevo. Los jugadores citados y los demás
volverían a ser tan buenos como en el pasado reciente. No los mejores, pero sí
suficientes.
Finalmente,
a pesar del empeño de la mayoría —¿qué decían o pensaban y dónde se escondían
los dos últimos años?—, Zidane merece decidir si dentro o fuera, salvo que no
haya aprendido de sus errores. Florentino debería saberlo y obrar en
consecuencia.