ANDANDO NO
SE JUEGA
Contra
Croacia hubo tres partidos y un fantasma. Nada más empezar, la defensa y media
españolas regalaron varios balones y enseguida empezó a faltarnos la décima de
segundo y la fuerza. Volvía el fantasma de Brasil: lentos, sin desmarques,
salvo Morata, y con plomo en los
pases. Después, bastaron tres buenas jugadas de nuestros medias puntas, en
especial de Silva y Cesc, para retornar al optimismo, y con
tal estado de ánimo y calidad llegó el gol que nos metía en octavos como
primeros de grupo por el lado bueno del cuadro final. Pero a continuación
pasamos a la segunda fase; la de la suficiencia y el engreimiento: “somos tan
buenos que podemos jugar andando”.
Y ahí
apareció Croacia; un buen equipo que sí había hecho los deberes con varios cambios respecto al equipo de sus dos
primeros partidos y las ideas tácticas claras: aprovechar los espacios que
dejaban nuestros laterales, convertidos absurdamente en dos extremos todo el
partido, e intentar hacer daño a la contra.
Finalmente, nos ganaron porque además de inteligencia y calidad le
echaron ganas y velocidad, además de acompañarles la suerte, esencial en
cualquier juego.
España pudo
ganar, sí, pero jugando mal. Y esa suerte suele ser esquiva. Fallar un penalti,
que no era, y que tu portero cante en el segundo tiro a puerta del rival
en toda la segunda parte, en el segundo
intento de De Gea de jugar al
balonmano, es sinónimo de que la suerte no hay que tentarla; ya nos había
sonreído en la primera parte tras uno de los fallos reseñados con un balón al
larguero y al poste en el mismo remate de Rakitic,
un gran futbolista.
Iniesta, al que tanto ponderamos, no estuvo
en todo el partido: lento, apático y sin ideas,
y eso debió verlo Del Bosque;
apenas se fue una vez de su marcador y solo metió uno de sus balones decisivos.
Juanfran y Alba nunca sorprendieron, anclados y estáticos en los extremos, y
eso también debió verlo el técnico. Y los cambios en el medio campo debió
hacerlos desde el principio, supuesto que los entrena a diario. Ahora a remar
como galeotes, encadenados a demasiados fantasmas pasados. La excelencia que
decíamos ayer requiere velocidad y pulmones.
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