Villar
visitó a Del Nido en prisión y se
justificó diciendo que el expresidente sevillista era de la familia. Será de la suya, que, en todo caso, la
supongo más apropiada que el abogado del saqueo del ayuntamiento de Marbella.
No tenía el bilbaíno que hacer
tal aseveración para explicar su visita. Tal vez hubiera
sido más normal aducir que había cumplido con un deber hacia un amigo,
desligando su persona del presidente del fútbol español, que cubriéndose sus
hombros con la bandera de la RFEF. Decir que un condenado por turbios asuntos
ajenos al fútbol es de la familia, con todo lo que llueve en materia de
corrupción en España, deja en muy mal lugar a la institución que representa.
De todos modos, la
federación española de fútbol no es un ejemplo de transparencia. Ni siquiera de
normalidad social en su funcionamiento si tenemos en cuenta su sistema de
elección de cargos. Parece más bien un reducto antidemocrático típico de sociedades
cerradas. Un coto donde a base de favores y de cooptación sobreviven personajes
de la más variopinta condición. Y el ejemplo más evidente de tan anticuada
situación es que el propio Villar lleva ya veintiocho años en el cargo. Pero no
es rara su permanencia por cuanto en sus delegaciones territoriales sucede lo
mismo. Es más bien un modo de ser y de estar que les imprime carácter.
Alguna vez habría que tener
información veraz de cómo manejan los dineros y las prebendas; los premios y
los castigos; las dietas, los gastos corrientes y de representación y los sueldos;
la selección de su personal laboral y la elección de los cargos.
Si los aficionados al fútbol
supieran los salarios y los gastos que originan sus quehaceres y movimientos
habituales seguramente se escandalizarían. Sueldos mensuales superiores a un millón
de pesetas como mínimo, o seis mil euros, si ustedes prefieren; en sus cargos
más relevantes, sin una aportación al fútbol patrio acorde con tales
emolumentos. Eso por no hablar de las dietas, y restaurantes y hoteles donde
pastan y yacen a costa del dinero ajeno.
Y a la vista de ello, entonces sí, quizás se entendería mejor eso de que
Del Nido es de la familia. De la familia del ‘furbol nostro’, que diría o
podría decir el incombustible Villar.
No tienen justificación
alguna tales dispendios, y mucho menos si tenemos en cuenta la carencia de
material básico en los campos del fútbol modesto, a cuyos clubes y dirigentes
pastorean en lugar de administrar, como desfibriladores por ejemplo, de los que
solo nos acordamos cuando ocurre un accidente fatal a cualquiera de los miles
de chavales que juegan cada fin de semana por esos campos de Dios. A los amigos, es decir, a quienes son de su
cuerda a la hora de las elecciones, los dirigentes federativos les tienen muy
en cuenta a la hora del reparto de las migajas de los dineros del fútbol con el
fin de seguir en los sillones de sus desmesurados despachos. Porque la molla de sus presupuestos son para
lo señalado. Y a los contrarios, si alguno se atreve, les cae la indiferencia
absoluta y la severidad de las sanciones federativas.
Todo ello explica, al fin,
que sean tan difíciles los cambios en la cúpula de nuestro fútbol. Es normal la duración por decenios en sus
puestos más representativos. Y, por ende, la supervivencia de unas castas de
empleados y directivos que forman un coto tan cerrado como las propias
explicaciones sobre su funcionamiento.
Todo esto no es un
fenómeno nuevo, es algo tan ancestral como la existencia de las federaciones. Y hablo en
general, partiendo de la más afortunada en lo económico como es la del fútbol.
Cuando no hay, o no había, grandes presupuestos que manejar, entonces sí, tales
instituciones estaban ocupadas por personas admirables esforzadas en organizar
y defender sus deportes; altruismo del bueno. Todos hemos conocido a algunas de
ellas en cualquier deporte. Ahora bien, cuando el vil metal aparece, emergen y
se arriman a sus pesebres quienes solo tienen por bandera vivir bien a costa de
lo que sea. No ya con preparación escasa para lo que realizan, por mucho que
hayan jugado al deporte en cuestión, sino con los escrúpulos y los valores
justos. De lo contrario, si fuera como debería ser, una dedicación esforzada en
beneficio del deporte que supuestamente defienden y no una forma parasitaria de
vivir bien, permanecerían menos tiempo en sus cargos. ¿No creen?
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