Cada
época tiene para el pueblo su pan y su circo. Las costumbres sociales
cambian a tenor de los avances de todo tipo, y llevan aparejados, también, cambios profundos en las condiciones de vida
de la sociedad que los experimentan, así como en sus gustos y motivaciones. Los
nuevos valores sociales que aparecen
traen consigo contravalores que demasiadas veces se oponen o los que la
condición humana ha tenido siempre por norte y guía de su existencia.
Hace
tiempo que asistimos al supersónico avance
de la tecnología de la comunicación y, como consecuencia, la globalización de las informaciones de todo tipo, haciendo
buena aquella idea de la aldea global de McLuhan,
un canadiense pionero en teorizar sobre la importancia de la sociedad de la
información, hace decenios
Y
lo anterior, también ha hecho posible la globalización de la economía y con
ello el ascenso del dinero al por mayor al altar de las referencias sociales.
Información
y dinero. Esos dos nuevos valores de referencia social lo han invadido todo. Y
el fútbol, como fenómeno de masas, no es ninguna excepción.Y de esos mimbres
está hecho el cesto futbolístico que ahora nos encontramos. El nuevo circo del
pueblo que disfrutamos.
Por
eso, el fútbol profesional ha derivado hacia un amasijo de intereses económicos
basados en la cantidad de información que genera con el consiguiente interés
para todo tipo de comunicación: publicidad, propaganda, relaciones públicas, empresariales, sociales
y económicas, sobre todo, atrayendo a su calor personajes, personajillos, ‘personajetes’
y ‘personajetas’ para todos los gustos.
Y ahí entran desde futbolistas a técnicos, pasando por directivos, dirigentes,
políticos, intermediarios, periodistas, y un largo etcétera de profesionales de
toda condición.
El
fútbol como deporte ha pasado a ser un circo donde se juega a todo. Lo de darle
a la pelota es lo de menos.
Por
eso no es de extrañar que reinen o hayan reinado gente como Mourinho, Florentino,
Laporta, Rosell, y una larga compañía.
Por
ser los que representan a los dos primeros clubes españoles y casi europeos, y
por falta de espacio, detengámonos un poco en ellos, sin que sus obras y
milagros sean en exclusiva suyos. Trapecistas por el estilo, aunque con menos
repercusión mediática actual, hay por todas las pistas múltiples del gran circo del
fútbol. Y domadores también; payasos aparte.
Para
Mourinho, lo del juego de la pelota es un mero instrumento para su mayor gloria
personal, económica y social. Lo de la lealtad a unos colores, una gilipollez;
la cantera, un atraso; las críticas, una hipocresía ajena; la deportividad, un
espectro de románticos; el respeto, en general, una antigualla; y la jaula, el
látigo, la ‘pistolica sobaquera, el altavoz de la altanería y el sometimiento incondicional de sus
mariachis, su hábitat natural. En realidad no tiene ningún proyecto de juego
determinado.
Para
el gran Pérez, basta con decir que el fútbol es demasiado serio para dejarlo en
manos de los profesionales. En la pista deben estar quienes le faciliten sus
objetivos sociales y, por ende, los empresariales. Cuando había que encandilar
a los iberos, el Madrid debía ser el prototipo del éxito
nacional. Para ello había que perseverar en los valores madridistas de siempre:
producto nacional, básicamente, con algunos artistas futboleros mundialmente
reconocidos. Ahora bien, en cuanto el personal doméstico estaba domado y sus
empresas ya no podían crecer más en España, y había que abrirse a determinados
países europeos, pues ingleses, alemanes, turcos, franceses, portugueses, y lo
que haga falta. El palco del Bernabéu y los de cualquier lugar del mundo son su
territorio natural. En el año 2.000 no le conocía nadie fuera de su entorno, y
superar ese hándicap para sus aspiraciones era su proyecto. Deportivo, nunca
tuvo ninguno.
A
Laporta le sonó la flauta con Guardiola.
Cualquier otro le hubiera servido igual si el canterano hubiese fracasado. A un
abogado de secano con grandes aspiraciones sociales se le quedaba pequeño el
mundillo de relaciones que su buen matrimonio le proporcionaba. Tenía que
encontrar la proyección necesaria para dar el gran salto económico y político
que anhelaba. Ése era su proyecto. Lo de la cantera, una casualidad que Pep le
puso en bandeja.
Y
Rosell ya hemos visto por donde respira. Con su ‘carica’ de ángel no es más que
un émulo de su antecesor. Los dos compartieron ideales antaño, y más cosas, aunque éste sí era futbolero.
Los
del deporte y el gusto por el fútbol estamos desfasados. Es el circo que nos
lleva.
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