Decía
Joaquín Costa, allá por el comienzo
del siglo XX, que “el poder nunca acometerá reformas regeneracionistas”. ¡Qué
razón llevaba!
El
ilustre aragonés de Huesca, político, jurista, economista, historiador, escritor y convencido defensor de las grandes
obras públicas, en especial las hidráulicas, como las mejoras vertebradoras de
la nación; fue el mayor representante del mundo intelectual del Regeneracionismo
español tras el desastre del 98. Su obra
cumbre: “Oligarquía y caciquismo como forma actual del gobierno de España:
urgencia y modo de cambiarla”, de 1.901, es una radical denuncia de la
corrupción del sistema político de la Restauración ‘canovista’. Y en ella
enuncia una serie de puntos para regenerar España. En el número once se puede
leer algo que, salvando todas las distancias y cambiando unos conceptos
sociales por otros, hoy conservaría plena vigencia : “ Renovación del
liberalismo abstracto y legalista imperante que ha mirado no más a crear y
garantizar las libertades públicas con el instrumento ilusorio de la Gaceta,
sustituyéndolo por un neoliberalismo orgánico, ético y sustantivo, que atienda
a crear y alianzar dichas libertades con actos personales de los gobernantes
principalmente, dirigidos a reprimir con mano de hierro y sin tregua a caciques
y oligarcas”.
Traduciendo actualmente a Costa
Ahora,
como entonces, la casta que gobierna los distintos poderes y administraciones
del estado, nuestros actuales caciques y oligarcas de cabecera, se resiste a regenerar
reformando.
Y
no caigan algunos, que me los veo venir, con aquello del neoliberalismo dañino,
que en aquella época ser liberal era la máxima expresión de la progresía
imperante; los diferentes socialismos estaban aún en pañales. Liberales fueron,
precisamente, quienes demasiadas veces a costa de su vida acabaron con el viejo
régimen del absolutismo real español.
Parece
que el liberalismo sea la máxima expresión del capitalismo más despiadado, y
tampoco es así. Digamos, para no extendernos demasiado, que liberales de verdad
se han conocido pocos, si acaso alguno, en el panorama político español desde
la muerte de Franco. Y durante su mandato fueron tan perseguidos como los que
finalmente se llevaron tales laureles de oprimidos. Ser liberal es amar y
ejercer la libertad responsable ante todo; si le otorgamos también su
actualizada conciencia social es la
ideología más honesta y menos dañina
para quienes creemos en el hombre como destinatario fundamental de la acción
política.
Por
el contrario, si convenimos que quienes nos gobiernan debieran dar ejemplo a la
sociedad exhibiendo valores homologables que sirvieran de guía para la mejor
convivencia, muy mal vamos. Veamos algún ejemplo.
Cinismo
El
cinismo campa por sus respetos a lo largo y ancho de la geografía física y
política española. Tras unas elecciones es difícil que nadie haya perdido.
Siempre tiene el vapuleado, o el que ha visto defraudadas sus expectativas,
algún clavo donde agarrarse con la mayor desvergüenza.
Miremos
el último ejemplo. Mas convocó unas
elecciones anticipadas en Cataluña tras
dos años en el poder como forma de retar al Estado por no conseguir más dinero
con el que tapar la ruina catalana agudizada por obra y gracia del nefasto
tripartito entre socialistas, independentistas republicanos y comunistas, tras
demasiados años de mandato ‘pujolista’.
Pedía una mayoría fuerte para poder continuar con su órdago independentista
y hete aquí que se pega un ‘hostiazo’ de
campeonato bajando de 62 a 50 diputados autonómicos. Y eso tras decenios de
adoctrinamiento cívico y habiendo contado con los medios de comunicación del
pesebre oficial catalán como altavoces excepcionales, más la parte más
subvencionada de la sociedad civil catalana enarbolando todos el victimismo
bajo el ignominioso banderín de enganche de “España nos roba”. ¿Y qué ha hecho
ante fracaso tan mayúsculo?
Lo
lógico, honesto, honrado y consecuente hubiera sido dimitir ipso facto. Pero
claro, para eso hay que tener vergüenza torera. Justo de lo que carecen, no
sólo él, sino la inmensa mayoría de nuestros oligarcas y caciques actuales.
¿Y
qué podíamos esperar de este acaudalado- ya veremos por dónde suena el río
suizo- personajillo? Pues nada. Lo mismo que del impertérrito Rubalcaba que va, como pontificaba Mao, de derrota en derrota hasta la
supuesta victoria final. ¡Hay que tener cuajo! Y mucha cara dura para no
largarse a casa de una vez habiendo sido coprotagonista distinguido del
episodio más vergonzante del PSOE desde los oscuros tiempos de la Guerra Civil.
Sólo hay que ver cómo han dejado al partido Zapatero y sus cuates y ‘cuatas’, además de a España, tras siete
años irrepetibles; por criminalmente malos, claro.
Y
tampoco podíamos esperar nada honesto de los nacionalistas catalanes cuando
vemos cómo los populares de Rajoy
incumplen decreto y ley tras decreto y ley cada una de las promesas electorales
que hicieron. Y, para más inri, lo hacen echándoles la culpa a los socialistas
excusándose en que ellos no sabían cómo estaba España. ¡La releche! Pero ¿a
quién quieren engañar cuando mandaban en casi todas las CCAA y en los
ayuntamientos más endeudados desde un año antes, al menos, y en muchos casos
durante decenios?
Otros contravalores
Y
todo ello sin hablar de corrupciones varias, ‘mordidas por ciento’, gestiones
públicas ruinosas, falta de valentía y honradez para aliviar la pesadísima losa
de la mórbida administración que nos asfixia, o del engrase permanente de la aberrante
‘partitocracia’ que nos desgobierna.
En
fin, qué pena que no haya ahora algún Joaquín Costa moderno que desde dentro
del sistema nos conciencie y les conciencie
sobre todo a los políticos de que
es necesario y urgente regenerar ya el sistema constitucional vigente. O se
hace pronto o el futuro es muy oscuro. Para luego, lloraremos.
¿Hay algún político bueno?
Si
conocen a alguno, vótenlo ya, no sea que como al insigne aragonés lo laminen sus congéneres enseguida por
atreverse a cuestionarlos. Costa tenía un lema también actualizable: “Escuela,
despensa y siete llaves al sepulcro del Cid”.
Españoles sí hay muchos
¿En
qué valores esperarán algunos que persevere la ciudadanía? ¡Qué lástima de
nación!, cuando todavía hay tantos españoles ejemplares pagando impuestos,
emprendiendo y sacando heroicamente sus familias adelante.
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