Anticipar el
futuro siempre es complicado, pero en el fútbol aún más; a los imprevisibles
condicionamientos humanos se une el ingobernable azar. Sin embargo, la
socorrida lógica griega nos ayuda a deducir una conclusión tras analizar dos
premisas verosímiles.
Al margen de
resultados, hace semanas argumentamos por qué vemos a Zidane fuera del Madrid a finales de temporada de manera voluntaria.
Es consciente del agotamiento tanto de su discurso técnico como de la plantilla
que maneja, que al contrario de 2018 cuando conjugó con éxito a titulares y
suplentes, ha reducido a un grupo de quince jugadores de su confianza. En el
camino ha dejado al resto, que se consumen en la grada, y a quienes ha largado;
unos con experiencia y nombre, por indolentes, y otros con ganas y futuro por
supuesta inmadurez.
Y empático
como es, sabe que su valedor está descontento porque su gestión es
contradictoria con la nueva estrategia del club: apostar fuerte por nuevos
valores apoyándose solo en una reducida columna vertebral ilustre y sin
fichajes de relumbrón, salvo el deseadísimo Mbappé si se pusiera a tiro. Reiteramos que el gatillazo con Hazard refuerza tan evidente decisión
estratégica.
Zidane ha
demostrado valores importantes en un club como el Real: inteligente gestión de
egos, notable capacidad aglutinadora en torno a su carisma personal, franqueza
y dar la cara siempre, voluntad férrea para mantener convicciones, ser hombre
de suerte — en el sentido de cómo elegía Napoleón
a sus mariscales—, lealtad con sus incondicionales, hacia la institución y a su
presidente, y lucir una indiscutible elegancia hasta para decir adiós sin
acritud y desinteresadamente.
Pero también
muestra debilidades manifiestas; reverso de tales virtudes: escasa cintura para
variar postulados, tanto con el mismo club como hacia jugadores que tacha y
respecto a conceptos técnicos; poca paciencia y desconfianza con jóvenes, nula
capacidad de sorprender con planteamientos tácticos novedosos y de reinventar
futbolistas, tampoco en el juego durante el transcurso de los partidos; y
demasiado apego a veteranos aun poniéndoselo fácil, además, a rivales que los
conocen sobradamente.
Florentino ha aprendido con los años porque interiorizó
que la sabiduría debe ser el aprendizaje de sus errores. Por eso, al contrario
de 2018, cuando la renuncia de su talismán le pilló desprevenido, hace tiempo
que intuye lo inevitable. Entonces salió desbocado a buscar técnico para, tras
seis noes clamorosos, optar por un Lopetegui
a quien la oferta le desjaretó tanto la cabeza como las prisas a su inesperado
príncipe. Así, antes del pasado final de temporada, tenía pergeñado el
desembarco de Pochettino, que ha
aguardado hasta firmar recientemente por el PSG. Posibilidad que truncó el tan
afortunado como merecido triunfo postrero en la Liga y recientemente, antes de
navidad, el enésimo renacimiento blanco.
Y de las
premisas Zidane y Florentino, siendo el Real Madrid, deducimos la conclusión; Jürgen Klopp, técnico exitoso en ligas
importantes y en Champions, con prestigio, predicamento, carisma y hambre.
Un entrenador
de permanencia estable en clubes, que aúna su reconocida apuesta joven en
Alemania y el distinguido fútbol total que conquistó Inglaterra y Europa. Y
quien tuvo tanta valentía para hacer debutar a un Götze juvenil en el Borussia — impulsor de la renovación que aún
perdura en ese club— como sabiduría para sacar lo mejor de Lewandowski hasta lanzarlo al estrellato, o revivir a un devaluado Salah y encumbrar a un irrelevante Firmino en Liverpool. Avales que garantizan que es el mejor posible
para un gran club, urgido de tales valores.
Y esto lo
sabe Florentino. Intuyo que ya mueve hilos para soslayar un impedimento formal:
la reciente renovación hasta 2024 de Klopp, aunque el alemán se guardó un as: el acuerdo para que el Liverpool le diera
facilidades si deseara volver antes a Alemania. La posibilidad de entrenar a su
selección no deja de ser una puerta entreabierta porque dirigir al Madrid
también es un sueño.
Con similar
silogismo, a primeros de marzo de 2018 publicamos “Zidane está fuera”,
explicando las razones que abonaban tan sorprendente predicción. Había ganado
dos Champions seguidas y seguía vivo en Europa, aunque en liga andaba
zigzagueante y con circunstancias parecidas. Poco después, también aventuramos
la marcha de Cristiano, harto de
promesas presidenciales incumplidas. Ojo al paralelismo con Ramos, no sea que al descosido goleador
desde entonces se sume ahora un roto detrás.
Tanto si
acertamos nuevamente o no, átese Pérez los machos, que asoma veleto y
resoplando por la puerta de los sustos uno de patas negras.
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