Eso decían
los antiguos cuando les superaban las circunstancias. Estamos en el inicio de
ese hallazgo de la desescalada y las novedades se amontonan: las viejas, de
hace solo semanas o días, con las de hoy mismo; las de la mañana con las de
última hora de la tarde; y las oficiales, que nunca son lo suficientemente concretas,
con las que recibimos de amigos, vecinos o familiares.
Y eso sin contar con la
catarata de infundios o medias verdades de los miles de blog y supuestos gurús,
como tercera pandemia, siendo la ineficiencia la segunda; augurando
cataclismos, desastres y plagas de todo tipo. ¿P’a dónde tiro?, nos preguntamos
algunos.
Lo único
claro es que desescalar significa ir hacia abajo. Y a fe que así vamos. Salvando
los datos estrictamente sanitarios, con el rebufo de fallecidos, nuevos
infectados y curados, que es esperanzador; el paro será insufrible, el cierre
de pequeñas empresas y autónomos, ruinoso, las multas por no hacer las cosas
según lo ambiguamente ordenado, indignante, y el cambio a peor en costumbres,
usos sociales y confianzas que acostumbrábamos, ridículo. No me quiero imaginar
a media España yendo por la calle embozados hasta para compartir paseos, retretes,
espectáculos o bares porque da murria. Pero es lo que viene. La prudencia es
libre, y cuando pase lo de este virus, la prevención medrosa por el siguiente
habrá cambiado de raíz nuestra ancestral franqueza, espontaneidad y roce. Solo
nos faltará que se nos rasguen los ojos para parecer turistas orientales en
nuestro propio barrio. Porque la piel también se nos verá poco: guantes, gorras
y mangas largas por doquier. Y preparemos los carnets de identidad y
sanitarios; habrá que llevarlos en la frente, como linternas, no sea que nos
confundan con quienes puedan estar en lo que llaman grupos de riesgo: mayores,
crónicos, infectados, etc., que tendrán prohibidas según qué cosas, espacios y
horarios; penoso. Y eso sí, quizás nos venga bien para seguir cultivando el
grito como forma de comunicación, ya que correrá el aire entre nosotros al
menos con dos metros por medio. Indeseable a las luces de quienes nos
resistimos a tanta estupidez y mareo.
Y también
son de mareo algunas iniciativas gubernamentales. Por ejemplo, entre las más
llamativas, y sin entrar en el fondo de la cuestión, que en todo caso es
discutible; lo de la llamada renta universal para cientos de miles de españoles
mientras estamos pidiendo a Europa que compartan riesgos y gasto público con
nosotros para superar los efectos del coronavirus. Es decir, que alemanes u
holandeses y otros —mutualizar deuda— nos paguen tal dispendio a costa de sus
impuestos cuando a ellos allí ni se les ocurre. Y necesitados también tendrán,
digo yo. ¿Ustedes qué dirían a la inversa? Pues que cada cual pague su cuenta. Y además, en una economía nacional ya bastante
subvencionada, como la nuestra, y tras la experiencia de algunos países
europeos como Finlandia que suprimieron tal invento porque al poco de ensayarlo
constataron que desincentivaba la búsqueda de empleo privilegiando la vagancia.
Lo que le
faltaba a la también fecunda y abigarrada picaresca española. Por si ya no
hubiera suficiente economía sumergida, aportemos motivos para potenciarla. Pero claro, los votos son los sueldos y en
ese caladero tienen algunos mindundis echadas sus redes.
Otro aspecto
en esta cuesta abajo son las relaciones personales. Es lamentable la cantidad
de amigos y conocidos que discuten agriamente criticando unos y defendiendo
otros al actual Gobierno. Si a veces es prudente huir de la política entre
cercanos, porque las discrepancias pueden ir a mayores, en este tiempo aún más.
Y no es que sea malo cruzar opiniones, que debería ser hasta provechoso
argumentando y con las entrañas al margen, sino que nuestro carácter latino no
conoce límites en demasiadas ocasiones y respondemos extremados si nos sentimos
aludidos desde otro extremo.
Este virus
ha sacado lo mejor de nosotros y lo seguirá haciendo, pero es lamentable que
también aflore lo peor. Ya hemos citado ejemplos. Y lo inmediato, irremediablemente, será que
luzcamos lo más cutre.
Habrá que
volver al lenguaje mímico de la bresca, con aquellos guiños tan explícitos. O
quizá sería el momento de volver a los abanicos y aprender bien sus cuidados
ladeos, meneos, aperturas y cierres, no sea que también nos prohíban hablar por
si contagiamos.
¡Cuánto
disparate!
Que vuelva el
fútbol pronto, que al menos entretiene, alegra, emociona y no mete mano en
nuestras carteras. Y tampoco evangeliza, que no es poco.
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