Solo te has
ido a descansar de tanta vida, Juan Ignacio, porque si la vida de un hombre se
pudiera medir por la pasión derrochada, tú has vivido varias.
Como hijo de
otro grande, actor y dramaturgo también, al que tanto admiraste, honraste y
quisiste, de ahí tu arrebatador empeño en crear una Escuela Superior de Arte
Dramático en nuestra Murcia; se lo habías prometido a tu padre. Palabras
mayores en tu sentido de la lealtad.
Como
periodista vocacional y de raza. De ahí tus innumerables aportaciones durante
más de medio siglo en cuantos medios han contado contigo; prácticamente todos, tanto
en radio, prensa y semanarios como televisiones. No ha habido un periodista murciano
más conocido que tú en nuestra región. Ni fuera de ella. Todavía la semana
pasada me preguntó un matrimonio que te vio pasar si eras Ibarra. Y te miraron
admirados sin que reparases. Y eso que ibas camuflado por tus últimas
circunstancias.
Como
comunicador poliédrico, único en tu especie, porque tampoco ha habido nadie en
Murcia con tu forma de hacer radio, sobre todo, o televisión. Información y
comentarios actuando. Tu estudio, un teatro con el escenario lleno por ti solo con
esa emblemática voz rota. Ratos incomparables y horas infinitas con miles de
oyentes o espectadores pendientes de cada gesto o afirmación de Ibarra. Hasta
escribiendo o conferenciando. Tu estilo inconfundible es el guión de una
comedia, drama o tragedia, según toque cada día. Y en tres actos, como
cualquier dramaturgia clásica, pero con tu chispa creativa. La acción, el lugar
y el tiempo se suceden o intercambian según convenga para una mejor comprensión
de lo que trates. Y lo mismo sus protagonistas y el lenguaje; culto, llano,
sencillo o complejo, metafórico o directo, en presente, en pasado o en futuro. Todo en función de las entendederas del
público y del tema.
Como maestro
en sentido amplio. Por eso la práctica totalidad de quienes pasaron por tus
manos o fueron tus compañeros han reconocido tu magisterio En la radio, en
prensa, en la tele, en las aulas de tu Escuela o dirigiendo teatro. Recitando
eres un volcán arrebatador para los asistentes, y conferenciando aún más. En
fin, Maestro, en cuanto tocas.
Y,
finalmente, como amigo; faceta en la que más te conozco. He escrito varias
veces sobre ti, Juan Ignacio, y esta no la quería. Una vez te titulé en prensa
como un murciano irrepetible, y otra, en un poemario, hablé sobre tu
generosidad sin límites para cuanto te
pidiera un amigo, o incluso cualquiera que te necesitara. E hice
referencia a tu pasión genética como el motor que movía tu alma, y a tu enorme
sensibilidad como las majestuosas alas transparentes que acarician cuanto te
rodean. Y ahora añado que también eres pedernal cuando corresponde y lanzallamas
con quien lo merece, aunque los perdones se te caigan de las manos al menor gesto de bondad de quien sea.
Y como has
tenido tantos amigos, conocidos, discrepantes, agradecidos, rivales,
contrariados, colegas, alumnos o simplemente seguidores, imagina cuántas vidas
has vivido por y para ti mismo y para tantísima gente. Y críticos también, pero
sin poner en duda nunca tu número uno.
No has
muerto, no. Te has ido. Y lo has hecho despidiéndote de lejos. O sea, sin
despedirte. Un mutis por el foro, como los grandes. Un hasta luego. ¡El hasta
pronto!, que tan bien recitaste con Marcial, con Pepe y conmigo el mismísimo
viernes pasado en un teatro. Porque como dice un amigo común, mientras te
sigamos recordando vivirás. Y mientras te recuerden mañana, también. Y cuando
pasen los años y te estudien o citen en cualquier aula, en cualquier medio de
comunicación o los vecinos de esa calle que tienes en Murcia o en los lugares
que rebauticen con tu nombre, que lo harán, seguirás viviendo. Tan real como tu
prodigiosa memoria y tu vasta cultura.
Y has
partido estando yo en Ronda. Tú, que no eras taurino, pero sí torero rematao,
te me has ido estando en la cuna de un arte también grande. ¡Qué arte tienes,
Maestro! Y has dejado a tus últimos mosqueteros huérfanos los jueves. Faustino,
Antonio y Carlos, los auténticos, y Núria y yo tendremos que reinventarnos. Mira
que no anticipárnoslo ni en Noche Vieja. Sería para no molestar, como
siempre.
Ayer
escribía a otro amigo común preguntándome cuánta soledad le cabe a un corazón
en pena. Tal vez un presagio.
Hasta luego,
queridísimo amigo. Descansa en paz.
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