El
madridismo florentiniano veía con buenos ojos largar a Cristiano Ronaldo. Y
tienen sus razones, aunque fundamentalmente están hartos de los desplantes del
luso. Pero el asunto tiene una mar de fondo que la mayoría ignora o quiere
ignorar, que al caso es lo mismo.
Cuando el
Real Madrid ganó la decimosegunda Champions, en la primavera de 2017, Florentino
Pérez prometió una revisión del contrato a Cristiano para equipararlo a quienes
más cobraban en España; entonces, Messi y Neymar. Un año más tarde, al ganar la
decimotercera, aún no se había atendido aquella promesa y el portugués salió
por peteneras en Kiev. Estuvo
desacertado por el momento y la situación, claro que sí, y hasta insolidario y
egoísta con sus compañeros, pero también estaba harto. Florentino Pérez nunca
ha digerido que Cristiano fuera fichaje de su antecesor, Ramón Calderón, y de
ahí sus sucesivos intentos de hacerle sombra; Kaká, Benzema, Bale y sus
reincidentes suspiros por Neymar. Y tampoco soporta su soberbia majestad que
nadie ensombrezca su armiño blanco;
entre la corona y el escudo luce su perfil imperial.
Lucha de
egos, dicen algunos, pero no lo es tanto. El presidente blanco tal vez atisbó
erróneamente que se acercaba la fecha de caducidad de Cristiano, a quien de
alguna forma responsabilizaba, junto a Zidane, de la debacle del Madrid en Liga
ya en la Pascua. De ahí arranca este vodevil y la fuga del técnico. “El Moro”,
como lo llaman por la zona noble del Bernabéu, se enteró de los devaneos de su
valedor Pérez con Löw, como anticipamos aquí en abril, y tomó la decisión de
hacer piña con sus jugadores y largarse a final de temporada. Y Cristiano, al
tanto también de los inicios de la enésima intención de su presidente de fichar
a Neymar, reiteró en vano que le cumpliesen lo prometido. Quizás, teniendo en
cuenta estos antecedentes, y el descubrimiento posterior de sus asesores fiscales
de la legislación italiana, sea más fácil entender por qué se ha ido a la
Juventus.
La salida de
Cristiano tendrá consecuencias imprevisibles, aunque tampoco tan difíciles de
imaginar. Si con él, algunos pensamos que Lopetegui tenía difícil llegar a la
Pascua, sin él lo tendrá aún más crudo. Y no solo el técnico. A Florentino
Pérez sería bueno que alguien le recordara que la gloria mundana es efímera.
Todos los que ahora aplauden que largue al portugués, en cuanto vengan mal
dadas pedirán su crucifixión.
¿Quién
meterá el año que viene los previsibles cuarenta goles de Cristiano? ¿Bale? ¿Bencema? ¿Neymar? ¿Mbappé? ¿Kane?
Nadie, salvo Messi, puede asegurarlos hoy en el mundo. Ni siquiera tres de los
anteriores juntos. Porque, tres enanos, ni puestos uno encima de otro, hacen un
gigante; seguirían siendo tres enanos empalmados. Son buenos jugadores, pero en
cuestiones goleadoras son unos enanos al lado del gigante Cristiano; el mejor
goleador de la historia blanca y seguramente de la mundial.
Decíamos que
donde hay goles hay alegría porque hacen mejores a todos, pero también es
cierto que esos mismos parecen malos cuando faltan. Ya hablaremos cuando se
huela a turrón; intuyo pañuelos como aviesos cuervos blancos por el Bernabéu.
Mal asunto.
Económicamente
salen ganando Cristiano y la Juve. Deportivamente solo los italianos. Y el
tiempo dirá el grado de perjuicio blanco en todo. De momento le espera una
travesía desértica de un par de años como mínimo. Eso mismo ocurrió con Di
Stéfano, indiscutiblemente mejor jugador, pero la Saeta venía de cuatro años en
blanco en Europa y el luso de tres Champions consecutivas, tenía 38 años por
los 34 de Cristiano y había marcado 277 goles en once años con el Madrid por
los 450 del portugués en nueve. Como goleadores la ventaja es enorme a favor
del nuevo Juventino.
Cambiando de
acera, Rubiales se la jugó dignamente echando a Lopetegui y ahora se la ha
jugado rayando lo absurdo con Luis Enrique. Cara y cruz del mismo carácter. Personalidad
y osadía. ¿No había otro más adecuado? ¿Era necesario abundar en la división de
los aficionados? ¿Quiere provocar? El asturiano ganó un triplete cuando se dejó
avasallar por Messi en el Barça. Y continuó en el banquillo por lo mismo.
Después, en un atisbo de dignidad, se marchó.
Rubiales y
Luis Enrique tendrán quienes les escriban. Y quienes le susurren. Y quienes los
vituperen. El técnico está acostumbrado, pero el novato presidente no. Los
resultados darán y quitarán razones, aunque tampoco auguro nada bueno. Ojalá me
equivoque.