El fútbol
podría ser un espejo social en el que mirarnos para entender lo que sucede en
España. El otro día afirmó lúcidamente un periodista catalán veterano que están
equivocados o engañan quienes defienden que solo hay dos Cataluñas, la independentista
y la españolista; entre otras enumeró la que está harta; y lo asocié con nuestra
nación y nuestro fútbol. En efecto, en España hay vida más allá del problema
catalán y en el fútbol también disfrutan o sufren otras aficiones aparte de la
merengue y culé, porque hay tantas realidades como devociones diversas por los
distintos clubes que militan en cualquiera de las divisiones de nuestra
competición. Unos más minoritarios que otros, pero no por ello menos
importantes para quienes saborean el éxito o sienten las injusticias o escasa
fortuna en ocasiones.
Y de esa
reflexión pasé a las familias, los amigos, los vecinos, los compañeros,
nuestros pueblos, barrios, ciudades o regiones, acabando por repensar la España
de nuestra sangre y pesares. En cualquier lugar y situación hay de todo. La
mayoría somos tan españoles como de nuestras pequeñas patrias, y a veces nos
sentimos injustamente tratados por quienes queremos, conocemos o nos gobiernan;
incluso avergonzados en momentos por algunos de ellos. Y es cuando pensamos que
nos ha tocado en desgracia el golfo, el inane, el vecino egoistón o el tonto de
turno.
Yo también
creo que hay muchas Españas. Dando un paseo por nuestra historia, convendríamos
que la España heroica o la cobarde, la brillante, la oscura, la solidaria, la
cainita, la lúcida, la cerril, la inteligente o la tonta se han sucedido
invariablemente a lo largo de los siglos; como en nuestro caminar reciente
desde 1978.
Y haciendo
un paralelismo, igual sucede con nuestro fútbol. Volviendo el sábado de la cita anual de
entrega de premios del magnífico Club Taurino de Calasparra, con motivo de su exitosa
Feria novilleril del Arroz, tuvimos la suerte de compartir el viaje con una
amiga, Pepa, viuda de otro
entrañable taurino y amigo, Pedro Merenciano.
Sevillana y murciana de adopción, se interesó por los sucesos de Cataluña,
donde vivieron durante muchos años y
tienen familia, circunstancia coincidente por las raíces familiares maternas de
mi esposa. El trayecto se hizo corto dada la cantidad de sensaciones que
comentamos, como ocurre ahora en cualquier rincón español, y llegando a Murcia
les hice una reflexión futbolera que hace años expuse en prensa. Era también
referente a la cuestión catalana y la comparaba con la insistente aspiración vocinglera
de antaño sobre selecciones de fútbol en Cataluña y el País Vasco para competir
internacionalmente al margen de la española.
Como
acostumbran, la respuesta de nuestras autoridades nacionales fue el silencio o
un no rotundo. Una actitud cerril por escasa inteligencia al abordar cuestiones
superables acudiendo a un manual de estrategia con mayúscula —no esa gilipollez
de denominar estratégica cualquier jugada a balón parado—. Se trata de imaginar
las consecuencias en el medio y largo plazo de cualquier decisión relevante.
La respuesta
debería haber sido entonces un sí rotundo. Un sí comprensivo. Un sí cómplice.
Un sí reflexivo. Un sí inequívoco, pero condicionado, claro; un sí que les
pusiera ante sus propias contradicciones. Un sí inteligente, en suma. Con el
ejemplo del Reino Unido, donde coexisten las selecciones inglesa, escocesa,
galesa e irlandesa; hubiera bastado. Hay cuatro selecciones, sí, pero solo una
liga relevante con equipos y jugadores importantes, la inglesa. Antes, deberían ponerse de
acuerdo los equipos catalanes y vascos para organizar sus propias ligas, como
es natural, y aun en el difícil supuesto de que aceptaran la mayoría de ellos,
llegaríamos al quid de la cuestión. No es difícil imaginar la respuesta de los
socios, directivos y jugadores del Barça, Atletic, Real Sociedad o Español
respecto a jugar la liga catalana o vasca. Puestos ante el abismo de ese angosto
barranco, ellos mismos verían claras las ruinas deportiva y económica que tal
eventualidad supondría, y aquella utopía de los radicales quedaría colgada por
los sensatos en la percha de los disparates olvidados.
A los
nacionalistas, habría que haberles ayudado a descubrir antes la realidad futura
de sus pretensiones, reflexionando juntos sobre la deriva independentista de ya
demasiados, y tal vez el Estado también hubiera aprendido algo útil y
realizable para todos; en asuntos fiscales, por ejemplo. Una vertiente de lo que tantos llaman diálogo.
Siempre es mejor la inteligencia que el silencio, el cerrilismo o la fuerza.
Desgraciadamente, padecemos hace tiempo la ceguera de una España tonta.
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