A todos nos
cuesta, y cuanto más soberbios más duro es ese aprendizaje. Alguien dijo que
hay quien no se recupera nunca de un éxito, pero que, sin embargo, hay quienes
basan su sabiduría en reconocer sus fracasos para empezar de nuevo desde la
humildad y con la lección aprendida. Goethe
lo resumió, diciendo que su sabiduría
eran sus errores, y Kipling lo versificó
en su celebrado poema If: “si eres capaz de levantarte y empezar de nuevo aun
con desgastadas herramientas…”
Al final de
temporada es el momento de reflexionar. El Madrid corre el riesgo de morir de
éxito si no valora dónde ha residido su magnífica trayectoria reciente. Zidane es una clave, pero no la única.
Coincide el prólogo de la que puede ser una época legendaria con las dos
temporadas en las que menos fichajes de relumbrón ha hecho don Florentino. Quizás haya aprendido el
hombre, al fin, tras la fracasada política de su primer sexenio basada en los
malhadados galácticos y la más próxima “mourinhesca”. Ha evitado tensiones en
el vestuario posibilitando que el equipo se haga una piña, desde el
reconocimiento de los llamados jugadores B a los titulados de A, con la guía
fundamental de un técnico con la aureola del francés. No son menores esos dos
detalles. La inquietud reside en que el presidente blanco vuelva al gusto por
los nombres y siembre la cizaña en un grupo tan cohesionado como eficaz. El
antídoto será dejar hacer a los que saben, Zidane y compañía, para limitarse a
ejercer su presidencia con elegancia una vez que está a punto de dejar la
poltrona de su empresa y, por ende, a
alejarse de tentaciones más terrenales. Con el nombramiento de Zidane, Pérez ha
hecho de la necesidad virtud y esperemos que lo valore en su sabia medida. La
renuncia a De Gea, que no comparto,
es una buena señal, no obstante.
El Barça,
por el contrario, se obnubiló con los fichajes y olvidó que su época más
gloriosa, la de Guardiola —tan
absurdo adalid político como fenómeno futbolístico, como ya comentamos, ¡y no
aprende!— y en parte la primera de Luis
Enrique, vino de la mano de sus canteranos, que si bien han sido una
generación casi irrepetible empezó a difuminarse con el olvido de su esencia;
permitir la salida de Thiago, o el
desprecio por el ahora deseado y reconvertible Deulofeu fue sintomático. Y lo de tapar la progresión de otros
fichando a diestro y siniestro, la culminación. Y tienen difícil volver a la
senda correcta porque cuando se corta esa dinámica la cantera también se
esturrea. Viendo el otro día al Barça B contra el Cartagena confirmé mis
temores; apenas un par de jugadores apuntan maneras. El drama culé será volver
a las andadas: un club donde juegan los mejores del mundo sin ser un equipo; su
sino del siglo XX, en el que solo la engañosa suerte tinerfeña posibilitó el
paréntesis del equipo de los sueños de Cruyff.
A nivel
regional, el UCAM hizo un presupuesto demasiado modesto para su primera temporada en Segunda y ahora tendrá
que acometer la ruina de hacer un equipo con posibilidades de ascenso en
Segunda B. La igualdad es la tónica en la división de plata hace años, y solo
la garantía de un par de futbolistas de doce o quince goles posibilita la
permanencia, e incluso con el acompañamiento de otros dos que la muevan con
criterio en el medio se puede aspirar a más. Los universitarios tuvieron el
acierto de mantener el bloque defensivo, pero no acertaron con lo demás,
incorporando más roca en el centro y retales engañosos arriba. Solo Jona ha dado la talla, aislado y sin
recambio en la punta del ataque. La suerte no ha acompañado, es cierto, pero
hay que buscarla antes.
El Lorca
enseñó el camino y al Cartagena también le falló el gol. Si en el fútbol es lo determinante,
en Segunda B mucho más. Con jugadores solventes atrás, si tienes gol aseguras
el éxito; no se practica un fútbol vistoso y hasta aprovechando el juego en
largo te metes arriba. El fracaso blanquinegro ha sido su orfandad goleadora,
que no su juego. Desaprovechar el mercado invernal fue el error.
Y el Murcia supo resolver el tema goleador, pero tal
vez no la falta de empaque atrás y en medio. Aunque el problema grana,
desgraciadamente, está más allá del terreno de juego. ¡Qué pena por su
magnífica afición