El Real
Madrid recuperó su trono de rey de Europa, lo que apareja ser otra vez el mejor
club del mundo. No hay otro equipo que se pueda equiparar en títulos, en abolengo
ni en prestigio.
Pero, con
ser eso tan espectacular como indudable, lo más sorprendente es que tras ganar
tres Champions en cuatro años se puede decir que estamos solo en el inicio de
otro ciclo legendario. Una etapa que podría denominarse como la de Zinedine Zidane. Ese técnico tan elegante, eficaz, humilde y luminoso en lo
personal como extraordinario fue de jugador. Le han bastado diecisiete meses en
la silla eléctrica que supone ser técnico del Real para cambiar la historia
blanca. No hablamos ya de un equipo con tres grandes títulos en su año y medio
en el cargo, con ser mucho, sino de una plantilla con la calidad, la dinámica y
juventud suficientes para encarar el futuro con las máximas garantías. Y los
que vienen: Theo, Vallejo, Llorente y hasta De Gea,
lo más probable, van a poner en serios apuros a otros jóvenes consagrados en la
etapa más gloriosa merengue desde los lejanos tiempos de Di Stéfano y Gento. Varane y Casemiro, por ejemplo, tendrán que amarrarse bien los machos para
no ver su titularidad en el aire. Y Marcelo
o Keylor, que han hecho un final de
temporada fantástico, van a tener dura competencia en sus puestos. Ese
esperanzador aire fresco en el Real Madrid no es fruto del azar sino de la
importancia que el técnico francés le ha dado a todos los componentes de la
plantilla; la piedra angular de su gestión. Espíritu que se contagia a quien
sueñe con ser jugador blanco y tenga posibilidades.
Un amigo y
buen conocedor del fútbol nos decía hace poco que Zidane no sabe leer los
partidos. Supongo que tras la final de Cardiff habrá cambiado de opinión, o al
menos estará conmigo en que este hombre aprende en progresión geométrica
partido a partido. Tras una primera parte en la que la Juventus fue mejor
porque sus jugadores se anticiparon casi siempre a los del Madrid, en la
segunda, sin cambios, varió el panorama desde el primer minuto. Los blancos
presionaron a los italianos en su campo y cambiaron las tornas. Supongo que la
“zinedina” fue de aúpa en el descanso. Les diría, poco más o menos, que con la
actitud mostrada no merecían ganar la Champions. Sé de buena tinta que en el
enfado es tan magnético como en la sonrisa. Quizás por eso apenas celebró el
primer gol de Cristiano y, sin
embargo, cuando marcó Casemiro, ese paquete brasileño que dicen algunos
comentaristas —¡vaya vista tienen!—; saltó en la banda como un tigre. La misma agresividad
que sus jugadores lucieron en la reanudación, con tres tiros a puerta
consecutivos y seis balones robados en el medio campo transalpino en menos de
un cuarto de hora. Y por contagio, como se transmite la garra madridista desde
don Santiago Bernabéu —su famoso
ADN—, vino el tercero del enorme Ronaldo y finiquitó el partido. El cuarto de Asensio fue un adorno con los lobos
juventinos transmutados ya en corderos.
En esa
segunda parte, tras la bronca, funcionó todo: los laterales, el juego interior,
la anticipación, la combinación al toque y en largo, la velocidad, la suerte y
hasta el otro fútbol, que decía Luis
Aragonés; la expulsión del colombiano Cuadrado
fue producto del juego pardo de Ramos,
cuando en la primera parte todo eran quejas, por pardillos; ¡hasta Mandzukic parecía Francisco de Asís!
Dicen por
ahí que el conocimiento y las habilidades suman en la vida, pero que la actitud
multiplica; en el fútbol mucho más. Y cuando se junta el talento con la
actitud, solo el orden y la reciedumbre son insuficientes, como viene a decir Valdano.
Ya tiene el
Real doce Copas de Europa en sus vitrinas y treinta y tres Ligas. Don Florentino ha encontrado al fin el
icono que, ahora sí, le encumbra al pedestal de don Santiago. Hace tiempo
aseguramos que Zidane podía ser su talismán, y lo más asombroso es el poco
tiempo que ha necesitado para llegar, él también, a la peana de don Alfredo.
Con los
mimbres y el espíritu que ha logrado amalgamar amanece un tiempo nuevo para su
vetusta y laureada institución. Será difícil desbancar al Madrid de Zidane y
Pérez de la cumbre futbolística mundial. Ahora, como antaño, todos quieren
vestir de blanco emperador.
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