UN JUGADOR
NO HACE VERANO
Ni una
golondrina tampoco. Los calores estivales nos traen cada año la feria de los
fichajes. En la noria del dinero fácil, o eso parece, los grandes de nuestro
fútbol se empeñan en acabar su álbum de jugadores con fichajes mediáticos de
supuestas estrellas. Y es que, o no aprendemos o sus dirigentes necesitan
acaparar noticias para justificar sus canonjías. Al fin, el dinero no es suyo y,
como diría el personaje más carismático de ese proceder, don Florentino, hay que cebar la bomba cada
año.
Si repasamos
la historia, ningún equipo hecho a base de talonario ha pasado de la gloria
efímera de un título, en el mejor de los casos, a la leyenda. Sin embargo, los clubes que
entendieron que el sistema es antes que los nombres alcanzaron normalmente esa
categoría. El Barcelona es el ejemplo. Por sus filas han pasado los mejores
jugadores del mundo con escasos resultados históricos, y solo cuando apostaron
por el sistema de juego que emanaba de la Masía ascendieron a la gloria futbolística
de hacer época. Nunca llegaron más alto que con su extraordinario fútbol de
toque. La etapa de Guardiola es el
crisol donde ardieron sus mejores esencias para esparcir sus exquisitos aromas
por el planeta. Tal vez lo más grande que se haya visto en los últimos decenios
en un terreno de juego, hasta el punto de ser el referente de la excelencia en
el fútbol tanto para los profesionales como para los aficionados sin orejeras.
Luis Aragonés, el seleccionador español más
importante de la historia, lo supo ver antes que los propios culés y apostó por
ese estilo para el combinado nacional. Así, jubiló a todo un mito como Raúl, seguramente el futbolista español
más relevante, o el mejor, según proclamó en su día el mismísimo Guardiola; y
apoyándose en los pequeñitos de mejor toque: Iniesta y Xavi como
referentes con el apoyo de los Silva,
Villa, Pujol, Cazorla y Senna
entre otros, logró cambiar el sino de nuestra selección enfilándola hacia la
gloria. Ocho años después todos querían jugar como España.
Esa etapa ya
ha pasado porque nada es eterno, y ahora llega Lopetegui con el reto de reverdecer laureles. Lo tiene difícil,
porque a pesar de lo que afirmo hay jugadores irremplazables. Pero jugadores,
no uno u otro determinado. Futbolistas que hacen brillar más al conjunto que a
ellos mismos, y tal vez por ello ninguno alcance los galardones individuales de
UEFA, FIFA o premios mediopensionistas
de todo pelaje. Y es que, como tantos aseguramos, tales distinciones son una
farsa impresionante. Un cúmulo de vanaglorias que solo sirven a los egos
desenfrenados de sus distinguidos.
Los ejemplos
paradigmáticos de lo anterior son Messi
y Cristiano. El argentino ha sido el
indiscutido mejor del mundo desde el Barça y el más discutido con Argentina. Y
el portugués ha visto cómo sus compañeros de selección se proclamaban campeones
de Europa sin su concurso fundamental. El equipo antes que los figurones; esa
es la lección que nos lega la historia.
Viene todo
esto a cuento de lo que decíamos la semana pasada. Si un equipo quiere alcanzar
el éxito debe empezar por un sistema de juego eficaz que lo distinga, y luego
todo lo demás. Otra cosa es que haya que jugar según su plantilla; según las
capacidades de la mayoría de los jugadores que tenga. Pero antes incluso que
eso debe contar con una dirección técnica adecuada. Por eso no se entiende que
muchas veces los clubes fichen a un entrenador con un perfil determinado y a
continuación lo echen para traer a otro diametralmente opuesto. Es lo que ha
hecho el Madrid desde Del Bosque
hasta Zidane. Lo importante, al
parecer y según lo visto, era encajar el puzle endiablado de medias puntas y
estrellas varias que la presidencia del club barajaba cada año en su plantilla.
Decíamos que esta temporada se había impuesto el sentido común al ayunar de
grandes fichajes, pero es urgente hallar un estilo de juego. Don Zinedin debe
aplicarse en ello porque este año ya es el suyo; ha impuesto sus criterios y
ahora se le exigirán resultados. Éxitos que deben venir con su sello, de lo
contrario escuchará pronto música de viento en el Bernabéu; ya escuchó sus notas
primeras el sábado. Es difícil que el
Real juegue peor que su primera mitad contra el Celta, que tuvo ocasiones para
ganar. Al fin hubo que recurrir a la manoseada garra. Mal asunto.