Vergüenza
se escribe con ‘v’ de vesania, y es en lo que para muchos de quienes han
medrado en la ‘partitocracia’ que nos gobierna se ha convertido aquélla.
Tendrán que volver las vergüenzas para interponerse entre los que carecen de
ellas y siguen atrincherados en las nomenclaturas de los partidos políticos
españoles, casi sin excepción, y el pueblo desgobernado que los mantiene, como
en la leyenda de Roma hicieron las sabinas para impedir una matanza entre
romanos y sabinos.
De la Transición a la desvergüenza
La
pérdida de la vergüenza ha sido galopante desde que cuajó la Transición
política española. Uno recuerda con mucha añoranza aquellos difíciles años que
mediaron desde las primeras elecciones democráticas hasta mediados los ochenta,
en que las personas que habían protagonizado las primeras listas por su
proyección social y a quienes votamos con entusiasmo dieron paso a los
paniaguados que colocaban los mandamases de los partidos. A partir de ese
momento todas las elecciones han sido un
trágala para los ciudadanos españoles, que han tenido que elegir entre unos
personajillos sin relevancia para nadie salvo para quienes los colocaban en las
listas a cambio de su sumisión y
mansedumbre.
De
esa manera, los mandarines de los partidos han repartido cargos y prebendas
asegurándose la lealtad prostituida de unas pandillas de inútiles cada vez más
nutridas. Y hay tantos hoy en día que podrían segarse como cebada para el ganado. Casi sin excepción,
ninguno de ellos haría nada relevante en el sector privado ni en ningún
estamento profesional. Desde iletrados manifiestos a analfabetos funcionales
para la vida real, por muchas oposiciones que hayan ganado, o profesionales diversos
de medio pelo, pasando por licenciados de secano o ingenieros de título en la
pared sin proyecto alguno que lucir en su pechera. Vividores del cuento y
mamones de la teta grande del Estado que mantenemos quienes hemos tenido que
salir a la calle a hacer algo de provecho, que decían nuestros mayores.
Y
ya, si hablamos de muchos notables fontaneros y gerifaltes de los partidos
sería obligado hablar de golfos sin fronteras. Porque para escaquear el dinero
que roban no las tienen. Ni vergüenza para repartirse las mordidas que sacan
miserable y puniblemente a multitud de empresas con la misma o más desvergüenza
que ellos por aquello de servirles en bandeja sustanciosos contratos de todo
tipo. Y en negro, naturalmente, que lo golfo no quita lo miserable. Porque hay
que serlo, y mucho, para colaborar en la masacre de la sociedad española con impuestos y tasas para todos los
disgustos diciendo, para más inri, que el Estado somos todos, yéndose ellos de
rositas con sobres y bufandas de mayor y menor cuantía, según el escalón en el
que se encuentren dentro de la nomenclatura partidista, y reírse en la cara de
los administrados disfrutando de casas, coches y lujos que en su vida podían
soñar con el sudor de su frente.
La calle y la sabiduría
Cuando los amigos hablamos en la calle sobre
todo lo que está pasando las inquietudes son unánimes y coincidentes: ¿Y
ahora en quiénes podemos confiar? ¿A
quién votamos en las próximas? Y cada vez más se escucha aquello de “yo ya no
voy a votar más”, o aquello otro más
coloquial y rezumante de un justo cabreo
humanísimo: “ la próxima vez los va a votar su p…madre” . A mí me pueden
ustedes colocar en cualquiera de las afirmaciones anteriores, incluida en la
última cada vez que ‘los pienso’, que son varias veces al día.
En
esos momentos es cuando me acuerdo vivamente de un antepasado mío que vivió y
trató en primera fila por su profesión de taxista a políticos de la
Restauración, de la dictadura de Primo
de Rivera, de la República y de la época de Franco. Al llegar la democracia y escucharme hablar lleno de
ilusiones sociales ante la nueva etapa que se avecinaba, me dijo muchas veces
sonriendo con sorna y cierta acidez desesperanzada: “nene, los políticos son
todos iguales”. ¡Y qué razón llevaba! Sobre todo cuando añadía que “la política
es para los que viven de ella”.
Porquería y cómplices
Esto
se acabará algún día, no me cabe la menor duda, pero para que llegue ese
momento tendremos que alcanzar los españoles la madurez democrática que ahora
nos falta. Y eso pasará cuando votemos sabiamente a quien menos nos vaya a
costar y más eficiente sea. Independientemente de las siglas y colores
políticos con que se presente. Pero claro, para ello habría que laminar antes
esta ‘memocracia’ mentirosa que nos arruina. Y eso será
cuando votemos a las personas y no a las listas que los cuatro que realmente
mandan mangoneando nos pongan delante. Y cuando sean casi anónimos los
mandamases de los partidos políticos. Como ocurre en los países que nos llevan
siglos de democracia.
Y
también cuando un político que mienta, derroche, robe o haga lo contrario que
prometió sea corrido a gorrazos en la plaza mayor de su pueblo, tenga que
encerrarse en su casa avergonzado una buena temporada, o dé con su ilustrísima
en la cárcel. Mientras tanto nos tocará seguir en el purgatorio de los cándidos
‘paganos’, que es el papel que nos toca a quienes mantenemos a toda esta banda
de frescos y caraduras, por no llamarles canallas. Y alguien dirá que todos no
lo son, y es verdad, pero sí son cómplices cuando sólo denuncian al de enfrente
y se ponen la pinza en la nariz en casa propia.
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