No caben
medias tintas en alguien tan acentuado de carácter, experiencia y trayectoria.
De presidir el Barça más grandioso a querer una segunda parte tan tenebrosa
como la que se avecinaba cuando optó por presentarse a unas elecciones
agónicas, con escarceos políticos en medio, más próximos al esperpento que al
servicio público. Joan Laporta no deja indiferente a ningún culé. Y ahí está
ahora, en un machito envenenado hacia la hoguera o la gloria.
El Barça
navega las aguas turbulentas de un cambio de ciclo histórico afrontando una
transición acelerada por la abrupta marcha de Messi. Su continuidad fue bandera electoral de Laporta, por lo que la depresión consiguiente de perderlo, con ser
natural, se ha cargado directamente en el debe de un presidente que ahora está
exigido a demostrar su valía. Y ese reto solo tiene dos salidas: trono o
cadalso.
Así las
cosas, Koeman será el primero en
caer si vienen mal dadas. Tres partidos ligueros contra equipos considerados
menores para confirmar o defenestrarlo. Laporta tendrá ahí la primera palabra
de su camino de espinas. En verano dio largas a una decisión que ya tenía
tomada, pero envainó su espada por consejo prudente de su entorno más inmediato
con Alemany a la cabeza.
El holandés
tiene en su apuesta por los jóvenes el banderín de enganche de sus cada vez
menos seguidores, pero debe hacerlo con decisión inequívoca. Sin amagar, reinventando
veteranos, que no está mal si acierta — otro distintivo de los buenos
técnicos—, y pujando fuerte por jóvenes capaces de cambiar el equipo de arriba a
abajo; ya lo hizo con Pedri, Araujo, Mingueza y el interruptus Illaix,
pero tenía a Messi y Griezmann y
ahora la apuesta es extrema: Riqui, Balde, Gavi, Nico, Demir o Collado, a falta de que se recuperen Ansu y Dembélé. Dinero no hay, tiempo tampoco, la paciencia es
una rareza en el fútbol y el futuro es tenebroso. Es su hora de la verdad.
En todo
caso, la intrahistoria del Barça actual tiene recovecos sinuosos. La propia relación
de Laporta con Koeman, el inexplicado desencuentro con Messi, la escondida
unión al destino de la Superliga de Pérez,
la dependencia sumisa con el presidente blanco, con declaraciones admirativas de
subalternos distinguidos poco digeribles para la parroquia blaugrana; el
desenganche in extremis del acuerdo previo de la Liga de Tebas con CVC o las fisuras de una directiva dispar en tiempo
revueltos. Temas por sí mismos virulentos y que sumados pueden provocar la
zozobra de la alicaída nave de Laporta, desarbolada por momentos. La debacle post Bayern, con un presidente
rogando paciencia a sus socios, o quizá a sus avaladores, es un ejemplo de lo
que puede acontecer a corto plazo. Se le acaba el crédito.
Laporta es
un personaje poliédrico que compagina rasgos mesiánicos con asomos
chirigoteros. No termina de definir su verdadero yo, por mucho que exhiba un
ego desproporcionado. Como ejemplo, ha pasado en meses de exponerse junto al
Bernabéu en plan retador ante los blancos a ser un seguidor entusiasta de la
estela florentinesca. Demasiado cambio de rumbo para alguien que se presentó a
presidente con el Real Madrid entre ceja y ceja. Pensábamos que era para
competir de igual a igual, querencia ancestral de los blaugranas, pero este
corto tiempo nos enseña que asume una inferioridad manifiesta, bien por
criterio propio o por imposición de quienes hicieron posible su presidencia a
base de dinero y avales. Otra duda añadida a las anteriores.
En
definitiva, como en toda depresión, Laporta, más allá de reconocer la
angustiosa situación económica del Barça, debe asumir su angustiosa y precaria
situación. Y reconociendo tan lacerante realidad, iniciar el camino de la
superación. Al menos, hacia sus adentros y los de una junta directiva que a
duras penas contiene el aliento y sus silencios.
Mientras, Bartomeu debe estar rumiando lo que a
él mismo le sucedió cuando empezó la desbandada en su entorno inmediato. Todos
le señalan a él como el culpable del desastre, pero dentro de su asunción de
culpas, explícitas o no, también debe calmarle ver que quien más le señala
comparte una cicuta que acabó con su presidencia. Es humano.
Laporta
saldrá con los pies por delante o a hombros, y no deseándole lo peor por el
bien de un club histórico y del fútbol español, también esperamos que deje el
oscurantismo para las brujas y enarbole la transparencia como deuda con sus
socios. Honradez obliga.
Antes
honesto que petardo.