Al alba de
la cuarta semana, doblan campanas de murria. Tristeza por falta de calor
hermano. Salmuera para llagas desconsoladas por tanta tragedia. Melancolía por
orfandad de mañanas. Y hasta mal humor por puñaladas económicas imprevistas y ruinosas.
Así estamos la mayoría.
Y es que, a
pesar de la admiración y agradecimientos hacia héroes que nos emocionan, al
riesgo de la mortal enfermedad y a sus consecuencias inmediatas: paro, cierres
de empresas, confinamiento y lejanía de seres queridos, se suma ahora el
desconcierto por no saber adónde vamos. Y en tales circunstancias, todos los caminos
nos llevan allí; a ningún sitio.
Si el
mismísimo presidente no intuye cuándo ni cómo retornaremos a cierta normalidad,
y así lo traslució el sábado durante una hora larga, mal vamos esos ciudadanos
a quienes apenas nos llamó españoles un par de veces, por muy orgulloso que
proclame sentirse de dirigir un país compuesto de tierras diversas; no recuerdo
ni una alusión a España, sí a Europa, sin embargo. Y no es que reclame un
nacionalismo ultramontano — lo más lejos de mí— sino que es obligado para un
líder en momentos de angustia tener las ideas más claras que nadie,
precisamente para engancharnos a todos en el empeño común al que nos concita.
Porque si tampoco sabemos dónde estamos, quiénes y qué somos, es muy complicado
no solo llegar adonde no sabemos, sino simplemente ilusionarnos con ir hombro
con hombro unidos en pos de lo que sea menester.
Alguien
debería decir al presidente que es quien debe liderarnos con solidez. Y con la
murria y el desconcierto que desplegó en su intervención para decirnos que esto
se alarga quince días, de momento, porque luego vendrán más jornadas o semanas
de vaya usted a saber qué, que tampoco aclaró, no puede hacernos soñar con
caminos de gloria tras los penosos senderos que andamos.
Yo,
modestamente, le digo más. Arguyó unos segundos Pactos de la Moncloa para el
futuro próximo. Y recordé a un inmenso presidente Suárez haciéndonos soñar caminos de la tarde, que diría el poeta,
con la inspiración de su vicepresidente, el insigne profesor Fuentes Quintana; de la mano de los González, Carrillo, Fraga, Tierno y compañía en tiempos de
terrorismo agudo, de dudas, incertidumbre generalizada y ruina económica. Y se
normalizó la democracia.
Y en esa
ensoñación, añoré también a un socialista imprescindible para la historia
moderna española, el presidente González, cuando convocó un referéndum
prometido desdiciéndose de lo dicho para meter a España en Europa y en la
modernidad, amén de soportar tres huelgas generales para laminar nuestras
anquilosadas estructuras industriales públicas. Su correligionario González, un
líder tan reconocido como importante, señor Sánchez, además, completó nuestra simpar Transición. Y cambió
España.
Incluso eché
de menos, con su alusión, a su oponente Aznar.
Un presidente con luces y sombras, como todos, pero que sacó a España de una
crisis económica heredada hasta meternos en tiempo récord en la primera
división del euro, básico para el despegue de nuestra economía, cuando nadie en
Europa, y pocos dentro, apostaban por nosotros al incumplir todos los baremos
fiscales y económicos exigidos. Y crecimos exponencialmente.
A quienes le
siguieron, sus antecesores, los aparté de mis nostalgias para ahorrar sal en la
herida. Y a pesar de su parecido con ellos en esta tesitura, albergo esperanzas
de que reaccione y reconduzca nuestra nave antes de zozobrar. Le otorgo el
beneficio del infortunio por la ignota pandemia sobrevenida, con la ignorancia generalizada
consiguiente. Pero debe refundarse, como hizo en su vida política y expuso en
su resiliente libro.
Hágalo para
salir fortalecidos de este sinvivir. Para que España resurja cuan Ave Fénix y
rompa los pronósticos de mal agüero, como otras veces con sus antecesores
buenos.
Supere imaginativamente
prescripciones ajenas, por respetables que sean, sin llorar excusas. Rompa
amarras con quienes le lastran. Y lidere a España y a los españoles. Así, con
dos palabras claras, sin subterfugios ni eufemismos.
Lidere,
presidente, y no prometa en vano y de vacío, como ha hecho. Tome medidas
contantes, sonantes, creíbles y contrastables, pero justas para todos y no de
parte. Sea valiente y evite requisas, ruinas y recetas expropiadoras
trasnochadas. No baile yenkas dentro y arriesgue donde debe exigir; Europa.
Lidere,
señor Sánchez, que asumimos pérdidas de libertades y económicas, pero no ahonde
nuestro desconcierto. Usted no puede permitírselo y España no lo merece; ya lo
ve.
Está ante su
hora de la verdad. Hule o puerta grande.
¡Suerte, que
sería la nuestra, y al toro!
Rúbrica
dolida. Nos ha
dejado José María Galiana, un hombre
bueno y artistazo de la voz, la música y la pluma. Ya estará con su colega Aute brindando suspiros a las estrellas. Abrazos a sus amigos y
deudos.
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