APOTEOSIS DE
LA INDIGNIDAD
Escribo
estas líneas antes de que se juegue la final de la Copa del Rey, por
obligaciones del horario de cierre y encaje de las páginas del periódico, como
todas las semanas; y supongo que se pitará a Felipe VI y al himno nacional, y que el estadio se llenará de
esteladas en la ubicación de los barcelonistas, propiciando – y que quede solo
ahí- una guerra de banderas. Nadie del Barça llamará al respeto institucional,
aunque sí se dieron prisa en denunciar
en el juzgado la desafortunada prohibición de la señora Dancausa, delegada del gobierno en Madrid. Así como también, en una
tan hipócrita como cobarde interpretación partidista de la libertad de
expresión, desalojaron del Nou Camp a un aficionado madridista que osó,
legítimamente, ir al estadio con una camiseta merengue. Si en Barcelona exigen,
y con razón, que se defienda la libertad, con la misma fuerza deberían haber
defendido en su propia casa al aficionado que pagaría su entrada. Pero claro,
lo facilón es ir a favor de la corriente propia aun a costa de la dignidad. Esa
atributo de bien que los cobardes olvidan cuando van en manada o defienden sus
desvergüenzas.
Estoy en
contra de cualquier prohibición de las libertades públicas e individuales, por
eso creo que fue un error clamoroso la prohibición gubernamental de las
esteladas, pero con la misma claridad argumento que es inadmisible la impune falta
de respeto a las instituciones nacionales por parte de nadie. Ahora bien, otra
cosa es la flagrante irresponsabilidad de unos: los que nos insultan a casi
todos con su actitud provocativa; y de
otros, más grave aún: los que teniendo el poder legítimo no lo ejercen para
evitar tales situaciones. El asunto no debe ir de prohibiciones coyunturales,
sino de reglamentaciones estructurales. Si se tipificara en la normativa de la
RFEF que cualquier acto en contra de la soberanía nacional tendría determinadas
consecuencias, bastaría con aplicar lo establecido sin que a nadie le temblara
la mano y sin contemplaciones.
El año
pasado escribimos aquí, con motivo de lo mismo, que debería sancionarse con
firmeza al club que consintiera actos por el estilo. Si al Barça y al Atletic
de Bilbao se les hubiera impuesto varios años sin jugar la Copa del Rey, en la
que se participa libremente; porque desprecian al Jefe del Estado y a España
como nación, por lo que desprecian a treinta y tantos millones de españoles, nos
ahorraríamos espectáculos como el que vivimos entonces y como se habrá vivido
este domingo en el Calderón. Quizá les parezca exagerado a algunos, pero hay
cosas con las que no se debe consentir que juegue nadie, sea quien sea, de
donde sea y se llame como se llame. Pero claro, el estilo pastelero de la
federación de fútbol, que ya se vio cuando el mismo Barça se negó a jugar una
final de esta misma competición hace tiempo y no pasó nada, igual que cuando
lanzaron objetos de todo tipo – botellas y hasta cabezas de cochinillo- y
tampoco ocurrió nada, acarrea estos desmanes. ¿Qué hubiera sucedido con
cualquier otro equipo o estadio de menor importancia? Ustedes mismos. Y es
indignante por injusto, desigual y caciquil.
Los lectores
de esta columna saben que no somos partidistas, y que no hemos regateado
elogios al Barça año tras año en base a su magnífica trayectoria, y a sus
profesionales; igual que a la propia Federación por sus éxitos internacionales,
incluso uniendo ambas entidades en un estilo de juego diferenciador y grandioso, pero hay situaciones bochornosas
ante los que es inevitable rebelarse por su indignidad, en la que nos sumen a
los aficionados que vemos el fútbol exclusivamente como es: un espectáculo
deportivo que concita emociones.
La
politización del Barça es un ejemplo paradigmático de lo que nunca debió ser,
consentida y propiciada por sus dirigentes, cuando no alentada; y la política
de compadreo y clientelismo que Ángel
María Villar lleva decenios imponiendo en la Federación es tan lamentable
como vergonzante, si es que hubiera dignidad en sus mandos.
A muchos se
les llena la boca de libertad e igualdad, pero el problema está en lo mucho que
mienten, en los estropicios que generan, en lo que se aprovechan para sus
egoísmos, en los enfrentamientos que originan entre demasiados inocentes y en
la peste de su aliento.
Quienes
amamos la libertad propia, debemos defender con idéntica fuerza, ¡y sin
complejos!, el respeto a la ajena y la inflexibilidad con quienes la violan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario