Florentino Pérez, un lince para los negocios, donde
se precisa reflexión, audacia y mesura, encarna paradójicamente en fútbol el
principio de Peter: ascender sin
pausa hasta alcanzar la máxima incompetencia. Ya tiene otra vez al Madrid plagado
de medias puntas y solo dos delanteros puros. Jovic, un joven con todo por demostrar en un grande y Mariano, a quien no le da bola Zidane.
Sigue sin
apreciar sus dos inmensos golpes de fortuna en su segunda etapa. El primero fue
encontrarse a Cristiano camino del
Real Madrid por empeño de Ramón Calderón,
cuando traía bajo el brazo a Kaká, y
el segundo el gol de Ramos en el
noventa y tantos de aquella célebre final de Champions lisboeta. Al delantero
no lo devolvió al Manchester por consejo de Valdano —¡cuántas carencias y disparates han tapado sus goles!— y
el cabezazo del central deshizo las maletas preparadas para una segunda huida
por otro desastre deportivo. Ningún media punta le ha resuelto nada salvo Zidane, pero de entrenador. Tuvo el
gran acierto de darle el timón para barajar los egos del vestuario blanco tras Benítez, que es justo reconocérselo,
pero ahora se le ha torcido por manejar el gabacho nostalgias en lugar del
bisturí esperado tras su vuelta con mando en plaza.
Los jugadores
que lo encumbraron están también de vuelta, pero hacia destinos dorados. Kroos,
Marcelo y Modric, que individualmente y rodeados de gente con hambre,
pulmones y piernas aún tendrían años buenos, en bloque hubieran tenido un buen
final en China o en EEUU. Ramos está ya en otras cosas, Isco es sin remedio el trotón del malo y Varane, física y anímicamente es de cristal. De los otros, Rodrigo debe echar cuerpo para lidiar
en Europa, Vinicius es bueno en el
desborde por la izquierda, pero nulo ante el gol y previsible por la derecha, Brahim sigue siendo un becario, Valverde es un correcaminos talentoso
sin ubicación clara y a Hazard, el
único titular fichado, le sobra alguna arroba. Solo el nipón Kubo asoma destellos de figura, pero
habría que apostar por él dándole diez partidos seguidos y no los últimos diez
minutos, tapado, por muchas trabas que haya con su pasaporte.
Así,
esperando que Casemiro ponga orden
delante de la defensa, un coladero si no está él y en forma, el Madrid no es
fiable porque ningún otro medio defiende. Mientras, Florentino ha largado a Llorente y anda acechando a Pogba, más por deseo de Zidane que por
convicción. Quizás piense, como muchos, que el francés traería al Real más
jaquecas que alegrías.
El segundo
problema se llama gol. Y es difícil entender que un tipo inteligente como Pérez
no haya ido de verdad a por un par de delanteros con potencial para veinticinco goles por
temporada. ¿Qué no los hay? Apunten: Kane,
Aubameyang, Icardi, Lewandowski, Piatek, Cavani, y hasta los nacionales Aspas
y Rodrigo con los compañeros que
tendrían de blanco. ¿Que no son exuberantes en su juego o vendedores de
camisetas, como le gustan al amo del Madrid, ni jóvenes, que es su última
doctrina? ¿Y qué, si marcan goles con regularidad? Cualquiera de ellos es más
fiable en esa faceta que Benzema,
por muy buen jugador que sea y su viejo capricho, y mucho más si hubieran
tenido en el Madrid la infinita confianza que le han dado durante sus diez años
de blanco. Pero no le pidamos peras al olmo. A Pérez no le gustan los delanteros
centro natos, por eso largó a Morata
y solo ha fichado a Jovic ahora y a Ronaldo Nazario en su primera etapa, y
más por márketing que por su indiscutible fútbol.
El tercer
punto débil es la transición por esa abundancia de medias puntas, generalmente pausados,
y la carencia de centrocampistas rápidos y polivalentes de largo recorrido que
lucieron los semifinalistas de la última Champions. ¿Tan difícil era pescar en
el Ajax, Tottenham o Liverpool? Tardía y afortunadamente aparece Van de Beek,
pero una golondrina no hace verano.
Así que ya
tenemos al jumento de vuelta al trigo. Mal asunto. La duda merengona es si
Zidane se comerá el turrón. Y lo peor es que el baranda lleva su suerte
aparejada a él. ¿Se imaginan a Mourinho
de vuelta en el Bernabéu? ¡Espantoso!, pero camino de ese último conejo
florentiniano vamos.
¿Cuándo se
convencerá este narciso que como empresario es bueno, y hasta como mero
presidente, pero que como director deportivo es más dañino que el baladre?